Ernestina Roldán es escritora del estado de Tlaxcala, es originaria de Calpulapan y desde muy chica le gustó leer y escribir. Estudio letras y cuando vivió en la capital de Tlaxcala se hizo aficionada al cine y a la literatura, estás son sus crónicas del altiplano, basadas en historias reales que suceden en Tlaxcala y sus alrededores.
martes, 19 de mayo de 2015
Historias cotidianas de Ernestina Roldán: Adrián, él del Ramo de Rosas
Historias cotidianas de Ernestina Roldán: Adrián, él del Ramo de Rosas: Como desde hace años, desde que Adrián se convirtió en lector convulsivo, este día asiste a la universidad con sus ramo de rosas, la primer...
Adrián, él del Ramo de Rosas
Como
desde hace años, desde que Adrián se convirtió en lector convulsivo, este día
asiste a la universidad con sus ramo de rosas, la primera vez sus amigos
pensaron que se las iba a dar a Lizeth, esa joven que siempre andaba lista para
organizar marchas de protesta, reventones y kilómetros del libro, pero no,
ahora después dos años, todos conocían sus negras intenciones.
La pila de libros estaba enorme en
las mesas que se habían puesto en el espacio universitario donde había entre
otras cosas esculturas de artistas como Federico Silva. Los libros eran de
comics, novela, poesía, había también de cocina, tomos de enciclopedias, libros
de mapas, hasta de matemáticas sin olvidar los libros de filosofía y cuento. El
maestro Conde y todos los alumnos habían tardado meses en recolectarlos para
este día, en que celebraríamos la gran fiesta del libro y la rosa.
Adrián llegó temprano, como buen
sabueso saludó a sus compañeros de clase, a las chicas “Yeye”, como les decía
René a las lectoras asiduas Bonifáz Nuño, las cervezas, y los grupos de rock;
se llevó a Lizeth a platicar sobre el mundo y los problemas sociales atrás de
la cafetería, quiso robarle un beso, pero Lizeth estaba decidida a no hacerle
caso, esta vez no se imaginaría que ese hombre llamado Adrián dejaría sus
vicios por ella, ni siquiera se atrevió a mirar el ramos de flores rojas.
Los estudiantes solo esperaban la
llegada del maestro Conde para iniciar la revuelta, papalotear entre los
libros, ojearlos abrirlos para desentrañar sus secretos y elegir el mejor, el
más bello, el libro que beberían como si fuera una copa del licor más sabroso,
todos estaban atentos también de Adrián y sus técnicas seductoras. Porque era
bien sabido que sus vicios eran grandes, decididos, y que además tenía una
debilidad enrome por las mujeres, no mejor dicho por una sola mujer, Liz, que
además era muy querida por todos por su corazón de azúcar.
El patio de las esculturas estaba
lleno, el maestro Conde dio luz vede para iniciar la fiesta, nadie se acercaba
a las mesas, las chicas “Yeye” buscaban incansables a su amiga Lizeth, después
del tango que le hizo Adrián en Semana santa, cuando se instaló en huelga en
una tienda de campaña y la puso en ridículo con toda la facultad, con los
directores, tan sólo porque a ella lo había dejado plantado el viernes antes de
vacaciones y se había ido sin preocupaciones con sus amigas scouts. Recuerdo
que hasta el Rector vino a la facultad para enterarse del porqué un alumno
había instalado sus pancartas de huelga, casi lo expulsan de la escuela pero
les causó ternura. Solo a ellos, los maestros, porque lo que es a sus compañero
de clase y al mismo Conde ya los tenía hartos.
De pronto, todos vieron a Lizbeth
llorando, los amigos fueron a verla, las chicas “Yeye” la rodearon, el profesor
Conde se acercó a indagar, y mientras ellos se arremolinaban para enterarse de
que esta vez Adrián en vez de rogarle, le dijo que no, que ya no le importaba
ella, ni su mundo de niña scout, ni su corazón de algodón, ni sus labios
carnosos… Él, Adrián escogía deleitado los mejores libros que había sobre las
mesas, llevaba rosas de sobra escondidas en la mochila y si alguien hubiera
visto su cara como la vi yo, hubiera observado esa emoción como de niño ante un
helado que surgía de sus ojos, de sus manos al andar de libro en libro,
eligiendo.
Cuando
llegaron todos a elegir sus libros Adrián estaba en un rincón del patio, bajo
una sombra, simplemente leyendo.
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