El guitarristaHistorias cotidianas de Ernestina Roldán
Para Valeria
Lucero
se había enamorado de él a primera vista, su cabello ensortijado que parecía
más bien un cruce de riachuelos, su manera de hablar y sobre todo su enorme
sonrisa la habían dejado boquiabierta desde que lo vio.
Esa
noche, en un restaurant de comida típica en el centro de la ciudad, Marcelo
tocaba la guitarra animando la fiesta, estaban de moda los tequilas, y mientras
se iba vaciando la botella él seducía a su audiencia con su voz, tocaba las
clásicas canciones que escuchamos en los peseros o cuando vamos a la prepa, “Morir
de amor”, “Gema”, “Amor eterno”, pero cuando comenzó a cantar el reloj Lucero
se sintió transportada a otro sitio, escuchaba la voz de Marcelo cantándole al
oído, sus miradas se cruzaban, supo que esa canción se la estaba cantando a
ella, de pronto sus pies de toparon los de él debajo de la mesa, cada roce de
pies era un estremecimiento, él entendió el juego y comenzó a jugar con sus
pies, la miraba de reojo, le sonreía mientras decía “no marques las horas”.
Lucero enloquecía mientras pasaba la
canción y el tiempo, siguieron disfrutando la tarde hasta que llegó la hora de
otro tequila, no faltó quien disparó la botella y comenzaron los mopets,
Marcelo seguía tocando la guitarra y los pies de Lucero. Ella volaba imaginando el amor.
No
quiso irse con él por lo del río, sus amigas le contaron que hacía unos días
apareció cerca de una cascada el cuerpo de una joven, que la habían golpeado
hasta matarla y luego la descuartizaron,
le recordó la historia del Canibal, ese de la ciudad de México que operaba en
Santa María la Ribera y seducía a sus víctimas con versos, se imaginó a Marcelo diciéndole versos al oído y quitó su
pie de abajo de la mesa.
Miró
a su amiga, para decirle que se fueran, que era tarde, quería contarle la
historia del río, quería estar a salvo pero todos estaban sumidos en los
boleros que habían cambado de tono la fiesta a la melancolía el Flaco de oro se
hacía presenta con rolas como “Noche de ronda” o “Solamente una vez”,
Lucero quería irse pero la voz de Marcelo la retenía como un imán. El tequila
se le había metido hasta los poros de su piel, sentía que todo se había puesto
triste, su amiga no quería irse, de
hecho cuando fue al baño le pareció que intercambiaba miradas con
Marcelo, se puso celosa, los tequilas hacían estrago en su cabeza, decidió irse
cuando vio como Marcelo pasaba el brazo por el cabello de su amiga, se despedía
sin más, su amiga dijo que se quedaba otro rato, ella salió, estaba molesta y
un mucho pasada de copas, subió a su vochito, Marcelo decidió acompañarla, de
hecho casi se aventó al cofre para que
ella no se fuera en ese estado, tomó su lugar manejó hasta su casa, bajaron, ella lo besaba, él la metió
a bañar. La durmió. Ella despertó feliz, sabiéndose querida por Marcelo, quien
como todo un caballero no se había propasado a pesar de su estado, su amiga no
había llegado en toda la noche, había un recado sobre la mesa donde Marcelo se
despedía, prendió el radio, escuchó la historia de la mujer que planchaba horas
y horas con una cadena al cuello. Lucero se santiguó pensando en la esclavitud.
Cuando llegó su amiga comenzaron los problemas, un anillo, dinero y hasta un
libro habían desaparecido de la casa, su amiga pensó que fue una venganza por
haber coqueteado con Marcelo y se fue sin decir adiós. Lucero sabía que no, que
era precisamente él y su cabello serpiente el ladrón, además de las cosas,
había robado y descuartizado, su corazón.