lunes, 1 de enero de 2018

El guitarrista

El guitarristaHistorias cotidianas de Ernestina Roldán
 

Para Valeria

Lucero se había enamorado de él a primera vista, su cabello ensortijado que parecía más bien un cruce de riachuelos, su manera de hablar y sobre todo su enorme sonrisa la habían dejado boquiabierta desde que lo vio.
Esa noche, en un restaurant de comida típica en el centro de la ciudad, Marcelo tocaba la guitarra animando la fiesta, estaban de moda los tequilas, y mientras se iba vaciando la botella él seducía a su audiencia con su voz, tocaba las clásicas canciones que escuchamos en los peseros o cuando vamos a la prepa, “Morir de amor”, “Gema”, “Amor eterno”, pero cuando comenzó a cantar el reloj Lucero se sintió transportada a otro sitio, escuchaba la voz de Marcelo cantándole al oído, sus miradas se cruzaban, supo que esa canción se la estaba cantando a ella, de pronto sus pies de toparon los de él debajo de la mesa, cada roce de pies era un estremecimiento, él entendió el juego y comenzó a jugar con sus pies, la miraba de reojo, le sonreía mientras decía “no marques las horas”. Lucero enloquecía mientras  pasaba la canción y el tiempo, siguieron disfrutando la tarde hasta que llegó la hora de otro tequila, no faltó quien disparó la botella y comenzaron los mopets, Marcelo seguía tocando la guitarra y los pies de Lucero.  Ella volaba imaginando el amor.
No quiso irse con él por lo del río, sus amigas le contaron que hacía unos días apareció cerca de una cascada el cuerpo de una joven, que la habían golpeado hasta matarla y  luego la descuartizaron, le recordó la historia del Canibal, ese de la ciudad de México que operaba en Santa María la Ribera y seducía a sus víctimas con versos, se imaginó a  Marcelo diciéndole versos al oído y quitó su pie de abajo de la mesa.
Miró a su amiga, para decirle que se fueran, que era tarde, quería contarle la historia del río, quería estar a salvo pero todos estaban sumidos en los boleros que habían cambado de tono la fiesta a la melancolía el Flaco de oro se hacía presenta con rolas como “Noche de ronda” o “Solamente una vez”, Lucero quería irse pero la voz de Marcelo la retenía como un imán. El tequila se le había metido hasta los poros de su piel, sentía que todo se había puesto triste, su amiga no quería irse, de  hecho cuando fue al baño le pareció que intercambiaba miradas con Marcelo, se puso celosa, los tequilas hacían estrago en su cabeza, decidió irse cuando vio como Marcelo pasaba el brazo por el cabello de su amiga, se despedía sin más, su amiga dijo que se quedaba otro rato, ella salió, estaba molesta y un mucho pasada de copas, subió a su vochito, Marcelo decidió acompañarla, de hecho casi se aventó al cofre para  que ella no se fuera en ese estado, tomó su lugar manejó hasta  su casa, bajaron, ella lo besaba, él la metió a bañar. La durmió. Ella despertó feliz, sabiéndose querida por Marcelo, quien como todo un caballero no se había propasado a pesar de su estado, su amiga no había llegado en toda la noche, había un recado sobre la mesa donde Marcelo se despedía, prendió el radio, escuchó la historia de la mujer que planchaba horas y horas con una cadena al cuello. Lucero se santiguó pensando en la esclavitud. Cuando llegó su amiga comenzaron los problemas, un anillo, dinero y hasta un libro habían desaparecido de la casa, su amiga pensó que fue una venganza por haber coqueteado con Marcelo y se fue sin decir adiós. Lucero sabía que no, que era precisamente él y su cabello serpiente el ladrón, además de las cosas, había robado y descuartizado, su corazón.