Historias
cotidianas
Todos
a la escuela
Ernestina Roldán
Esta mañana me costó mucho pararme,
mis brazos pesaban más de lo normal, tenía arena en los ojos, mis piernas eran
de hierro, al fin logre hacerlo; me hice un café bien cargado. Me senté a disfrutarlo
en el sillón. Recordé la fiesta de ayer, unas pizzas a la leña hechas en casa,
un vino que parecía multiplicarse entre los árboles y el aroma de la albahaca
inundando el ambiente.
Entreví
el río donde a Consuelo se le ocurrió esa idea, hicimos unas barcas con cámaras
de llantas viejas, de esas que usaban los coches del abuelo, las amarramos con
mecates y cuerdas de plástico y nos fuimos al río, éramos unas amazonas
descubriendo el mundo.
Como
ha llovido mucho, la parte del Zahuapan que está por el puente del Molinito,
tenía suficiente agua y corriente. Con nuestros shorts azules y sandalias
emprendimos el juego, se trataba de guardar el equilibrio y no caerse, subíamos
de una en una a nuestra barca, alzábamos las manos como si estuviéramos en la Montaña
rusa y nos dejábamos ir, felices, sintiendo el vértigo de la velocidad y el
peligro. Consuelo estaba feliz, esta era nuestra preparación para el río
subterráneo de Tehuacán. Chela en cambio siempre que le tocaba ponía cara de
preocupación, pensándolo bien le daba miedo y se sobreponía a él, no en balde
sabía rapelear como ninguna, era la primera en saltar de paracaídas y en subir
el Popocatépetl.
Chela
le tenía miedo al agua, pero sabía que era un charco, que nos daba apenas
subiendo de la rodilla, y estábamos seguras que este entrenamiento nos ayudaría
a poder sortear los peligros del río subterráneo; ese viaje soñado para el que
tanto habíamos trabajado. Marcela en cambio, no sólo era buena para conseguir
los botes de manteca de cerdo que nos servirían como mochilas, ni para coser
los flotadores que habíamos hecho todas a mano, pero que a ella le habían
quedado como de costurera profesional; a Marce no le daba miedo nada, se echaba
de la barca y cantaba en el trayecto, es más, jugaba con las pequeñas olas que
se hacían en la corriente y se tiraba al agua chocolatosa con su sonrisa de
triunfo.
Como
no nos bastaba con eso, Angélica, la que sabía hacer tamales y nos enseñó la
receta para vender los sábados después de misa, propuso que nos subiéramos a
nuestra embarcación de dos en dos para aprender a guardar el equilibrio. Chela
puso cara seria, Consuelo sonrió con la mirada, Marce disfruto la idea y a mí,
que no era muy buena para el equilibrio me toco aceptar, así que comenzó el
nuevo reto.
Nos
subimos a la barca, Chela se subió primero, lo que hacía difícil que yo me
subiera sin moverla, imposible, ese tipo de barcas se van con el agua, las
cámaras se hunden y no hay manera de poderlas tener en orden, al fin me subí.
Chela ya estaba gritando, creo que hasta groserías, pues sus nervios se habían
puesto de punta con la inestabilidad de la barca. Marce y Angélica nos
empujaron para que fuéramos más rápido, Chela gritó y comenzó a moverse de
nervios, cayó al río, dejamos de verla. Bajé en automático a ver a buscarla, Angélica
y Consuelo jalaron la barca a la orilla para ver si estaba abajo, fueron
segundos llenos de pánico, Chela no aparecía debajo y no se veía para nada, tuve
miedo de que hubiera pozas. No, sabíamos que en el Zahuapan no había pozas. De
pronto la vimos más allá, como tres metros adelante, pataleando y salpicando
agua, Chela trataba de salir de manera horizontal, el pánico la había hecho su
presa y la hacía reaccionar con un instinto aterrado. No pensaba. No,
encontraba el fondo del río, la arena, las piedras. Ella seguía en el agua
buscando una salida que se alargaba cual largo era el río. Nosotros tardamos
una eternidad en llegar a ella. El tiempo parecía que alentaba nuestros
movimientos, todas gritamos, teníamos el mismo rostro de miedo de Chela al iniciar
el día. Al fin ágil como siempre, Marcela llegó hasta Chela, tuvo que pelear
con ella , no quería enderezarse, tuve que ayudarla para que sacara la cabeza
del agua, maldijo y después de salir del río, toser un poco y recuperar el
aliento soltó el llanto, nos acusó de querer ahogarla y no hubo poder humano
que la sacara de esa idea.
Abrí
los ojos y me di cuenta que me había vuelto a dormir, a recordar las escenas de
hace años, Chela aún tenía eso en la memoria, me lo dijo cuando saboreaba su
pizza de salami. Se hacía tarde para el trabajo, para llevar a los niños a la
escuela y yo aún recordando mi adolescenia. ¡Ah qué vacaciones! Cuando
terminan, uno anda corre que corre, y aunque ya pasaron unos días de haber
regresado a clases, aún no me acostumbro y el sueño me gana lentamente.
¡Juanito, apúrale que se hace tarde!
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