domingo, 1 de noviembre de 2015

Todos a la escuela

Historias cotidianas
Todos a la escuela
Ernestina Roldán

Esta mañana me costó mucho pararme, mis brazos pesaban más de lo normal, tenía arena en los ojos, mis piernas eran de hierro, al fin logre hacerlo; me hice un café bien cargado. Me senté a disfrutarlo en el sillón. Recordé la fiesta de ayer, unas pizzas a la leña hechas en casa, un vino que parecía multiplicarse entre los árboles y el aroma de la albahaca inundando el ambiente.
            Entreví el río donde a Consuelo se le ocurrió esa idea, hicimos unas barcas con cámaras de llantas viejas, de esas que usaban los coches del abuelo, las amarramos con mecates y cuerdas de plástico y nos fuimos al río, éramos unas amazonas descubriendo el mundo.
            Como ha llovido mucho, la parte del Zahuapan que está por el puente del Molinito, tenía suficiente agua y corriente. Con nuestros shorts azules y sandalias emprendimos el juego, se trataba de guardar el equilibrio y no caerse, subíamos de una en una a nuestra barca, alzábamos las manos como si estuviéramos en la Montaña rusa y nos dejábamos ir, felices, sintiendo el vértigo de la velocidad y el peligro. Consuelo estaba feliz, esta era nuestra preparación para el río subterráneo de Tehuacán. Chela en cambio siempre que le tocaba ponía cara de preocupación, pensándolo bien le daba miedo y se sobreponía a él, no en balde sabía rapelear como ninguna, era la primera en saltar de paracaídas y en subir el Popocatépetl.
            Chela le tenía miedo al agua, pero sabía que era un charco, que nos daba apenas subiendo de la rodilla, y estábamos seguras que este entrenamiento nos ayudaría a poder sortear los peligros del río subterráneo; ese viaje soñado para el que tanto habíamos trabajado. Marcela en cambio, no sólo era buena para conseguir los botes de manteca de cerdo que nos servirían como mochilas, ni para coser los flotadores que habíamos hecho todas a mano, pero que a ella le habían quedado como de costurera profesional; a Marce no le daba miedo nada, se echaba de la barca y cantaba en el trayecto, es más, jugaba con las pequeñas olas que se hacían en la corriente y se tiraba al agua chocolatosa con su sonrisa de triunfo.
            Como no nos bastaba con eso, Angélica, la que sabía hacer tamales y nos enseñó la receta para vender los sábados después de misa, propuso que nos subiéramos a nuestra embarcación de dos en dos para aprender a guardar el equilibrio. Chela puso cara seria, Consuelo sonrió con la mirada, Marce disfruto la idea y a mí, que no era muy buena para el equilibrio me toco aceptar, así que comenzó el nuevo reto.
            Nos subimos a la barca, Chela se subió primero, lo que hacía difícil que yo me subiera sin moverla, imposible, ese tipo de barcas se van con el agua, las cámaras se hunden y no hay manera de poderlas tener en orden, al fin me subí. Chela ya estaba gritando, creo que hasta groserías, pues sus nervios se habían puesto de punta con la inestabilidad de la barca. Marce y Angélica nos empujaron para que fuéramos más rápido, Chela gritó y comenzó a moverse de nervios, cayó al río, dejamos de verla. Bajé en automático a ver a buscarla, Angélica y Consuelo jalaron la barca a la orilla para ver si estaba abajo, fueron segundos llenos de pánico, Chela no aparecía debajo y no se veía para nada, tuve miedo de que hubiera pozas. No, sabíamos que en el Zahuapan no había pozas. De pronto la vimos más allá, como tres metros adelante, pataleando y salpicando agua, Chela trataba de salir de manera horizontal, el pánico la había hecho su presa y la hacía reaccionar con un instinto aterrado. No pensaba. No, encontraba el fondo del río, la arena, las piedras. Ella seguía en el agua buscando una salida que se alargaba cual largo era el río. Nosotros tardamos una eternidad en llegar a ella. El tiempo parecía que alentaba nuestros movimientos, todas gritamos, teníamos el mismo rostro de miedo de Chela al iniciar el día. Al fin ágil como siempre, Marcela llegó hasta Chela, tuvo que pelear con ella , no quería enderezarse, tuve que ayudarla para que sacara la cabeza del agua, maldijo y después de salir del río, toser un poco y recuperar el aliento soltó el llanto, nos acusó de querer ahogarla y no hubo poder humano que la sacara de esa idea.
            Abrí los ojos y me di cuenta que me había vuelto a dormir, a recordar las escenas de hace años, Chela aún tenía eso en la memoria, me lo dijo cuando saboreaba su pizza de salami. Se hacía tarde para el trabajo, para llevar a los niños a la escuela y yo aún recordando mi adolescenia. ¡Ah qué vacaciones! Cuando terminan, uno anda corre que corre, y aunque ya pasaron unos días de haber regresado a clases, aún no me acostumbro y el sueño me gana lentamente. ¡Juanito, apúrale que se hace tarde!




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