Me dio mucho gusto volver a verla, su primer matrimonio
había sido un verdadero fracaso. Es cierto, Marcela amaba a Vinicio, también lo
es, que hicieron el intento de seguir juntos por las dos bebés que tenían, es
más, toda la cuadra se enteró que los martes era su cita con el psicólogo.
También era de conocimiento público que no pasaba noche en que sus gritos se
elevaran al grado de querer correrlos del vecindario.
Una tarde en que la lluvia amenazaba,
vimos como Vinicio se alejaba, solo, sin sus pequeñas hijas y con los años
supimos que nunca regresó, le valieron un cacahuate sus hijas. También fuimos
testigos de que Marcela dedicaba sus tiempos libres a los hombres, hasta que
conoció a Raúl. El señor se veía amable, saludaba con cortesía inusitada y le
llevaba flores, era evidente que terminarían viviendo juntos, incluso; se llegó
a nombrar la palabra matrimonio.
Marcela no le hablaba a nadie de la
cuadra, sólo a mí, así que estaba enterada de sus deudas, de su desazón cuando
buscó a Vinicio y lo encontró con otra, de sus temores nocturnos, de sus
amantes. Las idas por tortilla, los cumpleaños de las nenas, la tirada de la
basura y la confianza que nos fuimos teniendo nos unieron mucho, hasta que
llegó Raúl.
Con su arribo a nuestras vidas
cambiaron muchas cosas, se acabaron las idas al parque por ejemplo; era indudable
que eran el uno para el otro. Muy pronto se irían a vivir a Canadá, iniciarían
una nueva vida llena de ilusiones, yo me quedaría sin amiga y a ver la
televisión sola, tal y como estoy ahora. Lo que más me dolía era que me había
encariñado con las niñas. Adi, de cuatro y Marce, de cinco años. Cuando Marcela
se iba a disfrutar de sus aventuras, yo las cuidaba, y con Raúl sus citas eran
por la tarde, así que yo revisaba las tareas de preescolar y las llevaba al
ballet. Eran como mis propias hijas.
La relación de noviazgo duró poco.
Marcela llegó una tarde a pedirme que me quedara a dormir con las nenas, ella
iría por primera vez al departamento de Raúl. Ella estaba nerviosa, él le había
preparado una gran cena, esa noche decidirían el día de la boda, por eso se arregló
con un vestido e incluso compró ropa interior para la gran noche.
La gran noche terminó en catástrofe,
ella llegó con el rostro absolutamente blanco, con el maquillaje corrido, sin
medias. Se notaba que había llorado y contenía las lágrimas. Recogió a sus hijas
que dormían plácidamente. Las despertó sin miramientos, casi a gritos. Sin
entender que estaba pasando, traté de que las dejara dormir, que fuera por
ellas al día siguiente. Ella estaba fuera de foco, fuera del mundo, sus ojos
parecían inyectados de dolor, droga, miedo. Se las llevó sin miramientos, se
fue sin despedirse.
Después me enteré, que detrás la
amabilidad de ese hombre, se escondía su predilección por juguetes sexuales, máscaras,
argollas, cadenas; por el sufrimiento y la carne joven. Marcela se horrorizó al
ver tapizada la casa con fotografías eróticas, y casi grita cuando advirtió el
fuete en la recámara; entonces vio Raúl con cara de demonio, de enfermo. Por eso,
esa misma noche se fue con sus hijas pal otro lado, sin decirle a nadie, sin
hacer ruido.
En años, no
volví a vela, hasta hoy que me lo contó, cuando por casualidad la reconocí en
un supermercado.
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