martes, 12 de diciembre de 2017

Ante el espejo

Ante el espejo

 Ernestina Roldán

Para Héctor hoy, aunque era su cumpleaños, tampoco era su día. Desde hacía meses nada le salía bien, muchas veces se encontraba irritado, enojado con cada una de las cosas que realizaba, los vecinos insoportables, el perro que no dejaba de ladrar y no lo dejaba dormir, la agencia, la casa, la soledad.
Esta mañana, todo era más raro, más frío, no entendía nada. El perro ladró más que de costumbre cuando pasó por su casa. En el trabajo nadie respondió a sus saludos, bola de mal educados, se dijo. Molesto por la actitud indiferente de sus compañeros entró a su oficina y se aseguró de no subir las persianas. Estaba cansado y arrastraba los pies, encontró su escritorio hecho un desorden, no recordaba haber sacado sus cosas de los cajones. Se recostó un poco en el sillón reclinable, se sentía flotar, veía a sus compañeros alborotados, juntando dinero, pensó que era otra de sus manías por hacer fiestas, que si la coperacha para el pastel, o para los tacos o el pozole, dependiendo de la fecha, los vio y los detestó como el primer día en que puso sus pies en la agencia.
El sopor de las diez de la mañana le hizo su presa, se quedó dormido. Al despertar se dio cuenta de la presencia de la secretaria, era bella, quiso saludarla pero su boca era un nudo, ella no pareció darse cuenta de la presencia de Héctor, sonreía sin prestarle atención y después de recorrer con la mirada el librero de la izquierda, y llevarse unos documentos, salió de la oficina. Héctor, con cara mal humor decidió irse a casa, sus pies acero, hacían juego con su piel hoy especialmente blanca. Cada paso era más lento, inseguro, más torpe que el anterior.
Llegó a su casa, todo estaba hecho un desorden, por rutina movió el brazo como aventando su portafolio hacia el sillón, olía a comida echada a perder, fue a la cocina pero no había desperdicios por ningún lado, pensó que se había metido un animal, o la pestilencia de una casa contigua.
Agobiado, fue al comedor, se sentó frente a su botella, su respiración parecía haber desaparecido, se agarró la cabeza y jalo su cabello, estaba sin hallarse como dicen en los pueblos, los nervios le arrancaban todo gesto con miras de sonrisa, le invadieron el rostro con senderos que parecían de anciano. Un escalofrío recorrió sus brazos, le erizó la piel: Hizo el gesto de servirse un trago, abrió la carta que estaba sobre la mesa, cada renglón era un camino, un gesto marcando su rostro, la memoria llegaba de súbito, lo hacía verse aún más pálido, amarillo, tirándole al azul.
Héctor recordó cada frase, una le dictaba la siguiente y la siguiente, miró la botella, el vaso vació, recordó el momento de su último trago. Su rostro se desencajó, cada arruga en su frente pareció agrandarse. Alterado por sus recuerdos, comenzó a reírse nervioso, su risa, rompió en carcajada estruendosa, cuando se miró, como en un espejo, tendido en el suelo.

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