Historias
cotidianas
El
amor en tiempos de crisis
Ernestina
Roldán
Para
Lolita Santacruz Cuapio y Sony Jimenez Islas
Desde
que estuvo en preescolar ha llevado uniforme, primero jumper de cuadritos
amarillos, luego jumper de cuadrotes amarillos con holanes y guantes blancos,
luego se convirtió en lo que llaman por acá en mayate, usaba esas falditas con suéter
verde (qué bueno que ya no le tocó la época militar de las secundarias federales
que fue el uniforme que generó el apodo), luego la prepa, si le hubiera tocado
en la época de sus tías le hubiera podido desde ese momento ser libre e ir a
las discotecas a bailar al ritmo de Michael Jackson, pero no, después de 15
años por fin dejaría de usar uniforme, tendría la oportunidad de dejar de ser
parte de una masa y ser ella misma, estaba feliz, sus sueños de ser
profesionista, química para ser exacta se harían realidad.
Lola
se sentía en la orilla se futuro, un mañana prometedor; por eso hoy se levantó
con el pie derecho, se puso su uniforme y llegó puntual a clases, luego se fue
rumbo al servicio social, se había encariñado con sus jefes, a ella le tocó
elegir el árbol de navidad, cortar las tarjetas de navidad, sacar punta a los
colores que se utilizarían en el kínder, más de seiscientos colores uno para
cada pequeño, habían trabajado en serio, poniendo cientos de papeles en orden,
engargolando trabajos, también habían engordado un poco, eso de estar en una
oficina las había puesto a prueba y ellas tampoco fueron capaces de decir no,
al pastel de navidad, a las tortas de media tarde, a los tamales del día de
reyes, al taco de la candelaria, ellas no habrían podo decir no, porque todo
era sabroso como sabroso era el vivir entre sus jefes que les enseñaban como
sobrevivir en este siglo, como trabajar y que se fueron ganando su corazón, sus
corazones, tan es así; que de navidad les compraron unos bombones con chocolate
y luego este catorce de febrero, después de festejar con sonrisas con sus
amigos de la escuela, y de recibir una paleta de corazón de su pretendiente,
Lola junto con su amiga decidieron regarles un pez a sus jefes, así que
juntaron en una caja peces rojos, peces de la suerte, peces cariño, para
demostrar su amor en tiempos de crisis.
Todos
sus jefes fueron felices algunos se preocuparon al no tener pecera, otros
recibieron los peces de otros para cuidarlos en sus enormes acuarios, hubo
incluso quien, puso cara de ejote pues se imaginó al pez con la panza para
arriba. Lo cierto es que cada gesto de Lola y Yanis, hicieron que sus jefes
pensaran en un detalle para despedirlas ahora que se acercaba el término de su
servicio, les dijeron cosas como te deseo mucho éxito”, palabras que parecieran
cualquier cosa pero unidas a la música entonada a capela de las golondrinas, y
a la emoción de un cariño real, fueron sacando al cocodrilo que cada una traía
dentro, ya no habría más platicas en las combis, ni tortas, ni sacapuntas
rotos, ni manos con tijeras haciendo muñequitos o engargolados. Después de las
lágrimas hubo panes de San Juan, abrazos y mejores deseos, lo cierto es que
cuando hay amor verdadero las crisis pueden pasar desapercibidas, las
económicas claro, porque las crisis de amor pues no hay quien pueda con ellas.
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