Historias
Cotidianas
Siéntate a comer
Por Ernestina Roldán
A todos los danzantes de huehues, a las
mujeres por el 8 de marzo
y al los Federicos que tuvieron su
santo.
Mi bisabuela, originaria de Oaxaca,
se llamaba Juana, desde muy joven lucía unas trenzas enormes que le llegaba a
la cintura, la conocí con el cabello cano, le gustaba el café Legal bien concentrado con leche, los
últimos años los pasó en Tlaxcala contándonos historias de cuando trabajaba en
una fábrica, de la noche en que sus hermanas se fueron de adelitas de la
vecindad en la Colonia Guerrero donde vivió muchos años… En Tlaxcala estuvo sus
últimos años, leía las historietas que me gustaban, la Familia Burrón, Archie,Timbiriche,
el hombre araña; le gustaba ver desde la ventana el paisaje, la Malintzi y
disfrutaba muchísimo las procesiones de semana santa y en especial los Huehues
que siempre se ponen a danzar frente a mi casa.
A
mamá Juanita, como le decíamos, le gustaba cocinar, hacía unos frijoles
refritos deliciosos con aceite de oliva, los movía en el sartén y saltaban
hasta formar un molotito, frijoles chinitos los nombrábamos, definitivamente
estaba hecha para atendernos porque siempre que le decíamos “siéntate con
nosotros” tenía algo que traer de la cocina, una tortilla caliente, el guisado,
la servilleta, poner el café, el caso es que recuerdo a todos diciéndole siéntate
a comer, y ella respondiendo: si claro ahorita; y realmente no tengo memoria de
que se sentara en la mesa, pero sí de sus ojos brillantes frete a los hombres
de la máscara y las plumas, yo creo que su tataranieto, al que no conoció, le
heredo ese placer por la música, por el baile, por los Huehues, lo digo porque
en Tlaxcala el Carnaval se pone en grande, por ejemplo en el Instituto de
Cultura hay una exposición de obras relativas a esta fiesta, en la Casa del
Artista hay una exposición de Máscaras intervenidas donde se pueden ver los
trabajos de consumados pintores, dibujantes, escultores, poetas y hasta
editores, en Contla de Juan Cuamatzi los catrines se gastan millonadas en hacer
sus trajes y que pensar de los Charros con sus enormes látigos o los plumajes
enormes de Tenancingo; las calles de la capital, de las comunidades, de todo el
estado se llenaron de música y el pequeño tataranieto se ponía a bailar en cada
esquina con su máscara de Huehue y una sábana que quién sabe de dónde saco que
utilizaba como capa.
Federico,
nombre del tataranieto, imitaba a los
charros con un trapo que pegaba al suelo, a los catrines con su sombrero y
jugaba con su máscara de papel a cerrar los ojitos, bailaba y saludaba a los
huehues, les gritaba desde una esquina donde los veía bailar hasta que uno de ellos
alto, ojos azules y con sus plumas enormes lo cargó y se lo llevó bailando, yo
me hubiera asustado muchísimo, de hecho siempre me ha dado miedo que me cierren
los ojos, no importan sus colores claros ni con su rostro europeo. Al pequeño Federico
parecía no darle miedo, sin embargo, después, cuando el mismo huehue quiso
llevárselo a bailar corrió aterrado a mis brazos, al ver su cara casi me pongo
a gritar pero él no gritó, no lloró; así que guarde la compostura, porque eso
sí, de temblar, temblaba. Luego, al poco rato ya estaba igual, persiguiendo
huehues y baile que baile.
Yo
creo que Juanita estaría feliz de ver a este pequeño, aunque a ella le tocó
otra época, la época en que la mujer no votaba, la época en que sus hermanas se
fueron de adelitas siguiendo a sus hombres, la época en que sonaba el toque de
queda y no se podía salir de casa, ella me contaba muchas historias y sus
trenzas iban adelgazándose con los años, y sus guisos llenaban la mesa con
salsitas de chicharrón y tortitas de papa,
longaniza en salsa verde, hasta que llego el día en que a sus 94 años
enfermó, pero antes de morir recuerdo bien que me dijo: hija, baila, baila mucho
antes de casarte y nunca te salgas de tu casa, nunca te salgas. Por eso en
estos días de huehues, la imaginé complacida viendo bailar a mi hijo, y la
recordé también como una mujer ejemplar de lucha y fuerza, y eso de no sentarse
a comer parece de familia, aún recuerdo a mi padre diciendo a mi abuela,
siéntate a comer con nosotros y me escucho a mi misma diciéndole a mi madre:
oye ya siéntate a comer.
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