lunes, 5 de marzo de 2018

Historias del Perro


Historias del Perro


Se llamaba Mauricio de los Santos sin embargo todos en el pueblo le decían: el Perro. El lugar donde vivía era pequeño así que gran parte del pueblo lo conocía y, aunque ahora era un joven muy bien educado, le temía.

Mauricio fue un niño inteligente, travieso y alegre. Después de clases jugaba futbol con sus compañeros de quinto y luego caminaba con Rutilo hacia su casa. Le pusieron el perro por una anécdota desgarradora. Al Perro le gustaba coleccionar calcomanías ya fueran de papitas, o de su equipo predilecto. Fue un miércoles por la tarde el día que empezó todo, su afición iba en aumento tenia imágenes de gatos, boxeadores, futbolistas, coches hasta de imágenes históricas. Solo le faltaban las que vendía desde hace días un señor afuera de la escuela, unas bellísimas figuras de colores: estrellas, pelotas, arco iris.  Tenía muchas ganas de tenerlas, intentó vender alguna de sus colecciones a los de quinto, las de piedras redondas a los de tercero, pero nada.
Por fin una mañana, convenció a sus padre de que le dieran dinero, estaba feliz, ya que, además, de alucinantes por sus tonos coloridos tenían aroma. Su madre le dio dinero de mala gana, y el chamaco salió contento de casa rumbo a la escuela.

Al salir de la primaria, en lugar de irse al futbol, compró sus figuritas, las estuvo poniendo en sus cuadernos y rasco unas de ellas para olfatearlas, le gustó la del olor a fresa y estuvo con ella largo tiempo, sus amigos lo llamaron desde lejos, Mauri ya vente a jugar, así que dio una última aspiración a la de fresa y se fue al tradicional tochito.

Sus compañeros de equipo estaban brincando de contentos, en un ratito Mauricio goleaba al equipo contrario, un gol tras otro, algunos de los niños ya ni trataban de impedir los goles puesto que la fuerza con que le pegaba a la pelota o las patadas que tiraba al contrario eran golpes demasiado rudos. Cuando termino el partido, sus compañeros de equipo hasta lo cargaron. Era tal su euforia que este pequeño terminó mojado en un río. De regreso a casa iba platicando con Rutilo de su gran hazaña futbolística cuando se acordó de las calcomanías, se las enseño y respiro su aroma, pero cuando Rutilo quiso olerlas, Mauricio se le fue encima como animal salvaje. Comenzó a morderlo, arrancaba pedazos de carne y seguía luchando contra Rutilo, que no hacía más que defenderse y cubrirse la cara, se había convertido en un salvaje, en alguien desconocido; gritaba que era el mismo diablo y quien lo vió, nunca tuvo duda de ello.

Era un demonio, un perro con rabia, un perro endemoniado. 

Lo demás es historia. Rutilo en el hospital, los niños sorprendidos de tanta ferocidad. La tremenda regañiza de los padres con Mauricio, la expulsión de su escuela, el desprecio de la comunidad, lo inexplicable de su conducta y el temor de los otros niños. 

Desde ese día le dicen el perro. Sólo el Perro sabía que sucedió, sólo él sabe que las calcomanías influyeron en su destino. El Perro sabe ahora, después de tantos años, que esas bellas figuras que tanto anheló, contenían una droga que lo convirtió en un verdadero perro de pelea.

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