jueves, 22 de marzo de 2018

¡Vaya fiesta!


Ernestina Roldán

Rubén llegó a su casa chorreando, con la mochila y útiles mojados, apenas y saludó  con un ya llegué y subió con su mal humor a cambiarse, sus útiles eran tinta corrida por todas partes, los sacó uno a uno y los puso en el piso para que se secaran, fue a darse un baño, apenas había girado la llave del agua cuando escuchó la voz de su hermana:
— ¡Rubén! no te tardes que ya está todo preparado, pero ¿Cómo se te ocurre meterte a bañar? apúrate, ya está todo listo para la comida.
Y él con su humor de la patada, para fiestecita de cumpleaños no estaba, menos con las cubetas de agua en la escuela y para colmo ¡quince!, además; no hacia ni tres meses que había muerto su padre, su viejo querido, y a hermanita se le ocurría hacer un festejo de quince años. En medio de su mal humor se vistió de prisa y bajo con su eternamente ceño fruncido.
En la mesa Marilú, su hermana mayor y madre discutían. Marilú tenía el rostro desencajado, a punto del llanto y su madre negaba con la cabeza, al ver esto Rubén se dijo que ése no era su día. La madre se levantó y lo abrazó efusivamente, más de lo acostumbrado, más aún que cuando le dio la noticia de la muerte de su padre;
—Felicidades, le dijo, eres muy importante para mí, te quiero, siempre te voy a querer, siempre he querido que seas feliz, siempre te voy a seguir queriendo.
Marilú, tímida los invitó a que se sentarán. que no tardaría en llegar Marcos. Para Rubén era comprensible que su madre estuviera nerviosa y pensó que era porque su hermana había invitado al novio a casa, pensó que era lógico que Marilú, después de enviudar, decidiera encontrar otro amor, así que haciendo un esfuerzo por sonreír trató de hablar de otra cosa, preguntó por sus sobrinos, que a qué horas llegaban. Marilú le dijo que estaban en casa de su tía, que éste día, el día de sus quince años, comenzaba a dejar de ser un niño para ser un hombre, que hoy era una fecha muy importante para él, que le dirían los secretos de la familia y que sus sobrinos estaban muy chiquitos para enterarse. Rubén, supuso que Gode se casaba, o que iban a hablar de la herencia y que como ya era un joven este era su regalo, la bienvenida al mundo de los adultos.

Tocaron el timbre, Marilú se arregló el vestido y dirigió a la puerta, de la boca de la madre se escuchó un: 
—No abras hija, Mari no; mejor otro día. Hace tan poco de la muerte de tu padre, que mejor en otro momento platicamos, es muy precipitado ¿no te parece?

Marilú no volteó a mirarla y decidida abrió la puerta, era Marcos. Lo presentó con Rubén. Marcos saludó a la madre como si la conociera de años, se sentó a la mesa, Marilú empezó a servir en silencio la sopa, entre cucharada y cucharada decía: 
—Rubén cumple quince años, que rápido se pasa el tiempo, mamá ¡te das cuenta! ¡Quince años! dentro de poco será un hombre, a esa edad conocí a Marcos ¿se acuerdan?

Marcos callaba y asentía, la madre miraba con atención los labios de Marilú. Rubén, sentía un hueco en el estómago, de plano se decía que hoy no era su día y recordaba los baldes de agua helada sobre su cuerpo, y él, hecho un ovillo junto a los bebederos escolares. Empezó a comer, en silencio, queriendo que ya pidieran la mano, comieran rápido y se fueran, el tal Marcos; le cayó mal desde su entrada: 
— ¡Mucho gusto Rubén! te traje unos patines, feliz cumpleaños.

Viejo hipócrita se decía, mientras Marcos señalaba con la mano una bolsa llena de obsequios. La mesa era un homenaje al silencio, si no contamos los intentos frustrados de Marilú por romperlo. La madre no dejaba de observar a Marilú, cada movimiento, cada gesto, así llegaron al pastel, las mañanitas y todas esas cosas que Rubén detestaba, contaba los segundas para ser libre, ir a su cuarto, estar solo, solo, solo.

Así que se atraganto el pastel y anunció su partida, Marilú le dijo que no se podía ir, que Marcos había venido sólo para conocerlo, que tenían que platicar con él, la madre pareció despertar de un sueño y gritó:
— ¡Gode te digo que desistas! es una tontería, no, no lo hagas.
A Marilú se le escurría la cara de tanto llanto, que apareció de pronto como contenido en el tiempo, abrazaba a Rubén:
— ¡Perdóname Gordo!, ya no puedo no puedo seguir callando, lo hice a la fuerza, Rubén, de verdad yo no quería.
Rubén no entendía nada, la madre dijo:
—Silencio todo, basta de dramas, Rubén esto te incumbe a ti, así que espera unos minutos y escucha, escucha con el corazón hijo, con el corazón.

Hizo una pausa que a Rubén le pareció eterna y continuó:
—Marcos Y Marilú son tus verdaderos padres, cuando ella se embarazó de ti era muy pequeña y decidimos que lo mejor era que...

Rubén dejó de escuchar no podía quitarse la idea de la cabeza, su madre verdadera era su hermana Marilú, ¡no! y ese tipo, no, eso lo estaba soñando, tenía que despertar, quiso salir corriendo, la mano de Marcos lo detuvo: —hijo no me das un abrazo. 

Rubén no pudo, no, no era su padre, papá había muerto hace poco, él había estado allí querían que lo olvidara, no eso no era verdad se decía mientras subía las escaleras del departamento hacía su cuarto. Abajo todo eran gritos. Rubén abrazaba sus libros y cuadernos. Abajo reclamos: Rubén se abrazaba a su mentira. La madre tocaba la puerta, Rubén le grita que se vaya, la madre en la puerta llora, Rubén abre, la abraza como si fuera una rama en el abismo, sólo alcanza a decir: ¿mamá por qué?, ¿por qué?, ¡por qué!


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