Luna ciega
Ernestina Roldán
—No
sé qué fue: la luna que alimentaba el celo animal de nuestros cuerpos o la
neblina que escurría por nuestra piel para convertirse en agua. Estábamos entre
las milpas con las manos enlazadas en un suspiro que ascendía al ritmo que
marcó nuestro cuerpo. Sudamos. Luego: falda, pantalón, camisa, medias, ojos:
ropa como cascada cayó al suelo y se fue con la corriente, nos olvidamos de
esposo, niño, novia, casa, perro. Desnudos con el calor de la noche y el lento rumor
del aire, nuestro cabello voló en busca de una guirnalda perdida en el
desierto. Desierto de ropas hallamos el campo cuando nos disponíamos a partir.
Caminamos
protegidos por las sombras de la noche, algunas luces del pueblo se prendieron,
un grito y en los separos regresamos a la cotidianidad de siempre. Llegó la
novia con: vieja, loca, perversa, chaparra y gorda. Se fueron juntos, la
madrugada caló mis huesos.
Desde esa
luna no lo he vuelto a ver, Juan y los niños creen que fue un asalto: solo el
carcelero me recuerda aquella noche, cada luna hay una renta que pagarle.
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