domingo, 11 de marzo de 2018

Y si despierto


Y si despierto



Te despiertan los grillos. Una noche más dando vueltas por la cama. Decides dejar las cobijas, comer algo. Vas al refrigerador para darte cuenta de que hace días no pasas por el mercado y que nada de lo que hay se te antoja. Eliges tomar agua. Regresas a la habitación, vas directo al espejo para constatar las ojeras de meses.

Son las tres de la mañana y los grillos no callan, enciendes la luz, quizá un poco de lectura te relaje. El repiqueteo constante de los grillos no te permite concentrarte, buscas por todo el departamento el insecticida, son las cuatro y los grillos han callado, intentas dormir un poco, mejor dormir que dispersar ese olor a mata bichos por todas los rincones, te acurrucas, estás a punto de dormir cuando empieza el ajetreo de los camiones, un claxon, un chirriar de llantas, te enderezas, vas por un poco de papel de baño y te haces unas orejeras, ahora sí, te dices, nada será capaz de despertarme. Regresas a tus cobijas bostezando, miras el reloj, las cinco, en una hora tendrás que empezar tu día. Decides retrasar el despertador hasta las siete, te recuestas, el teléfono timbra insistente, con fuerza, estiras el brazo hasta llegar a la bocina, contestas adormilada, un poco mareada y con los ojos pesadísimos, ten llaman porque es la hora de tu clase, les dices que estás cansada, que no vas a ir, que te deje en paz, que se ven más tarde y cuelgas como si ellos fueran los culpables de los grillos. Cierras los ojos y te sientes culpable. Imposible volver a dormir, los grillos han empezado su concierto.

Sales de casa, caminas como entre sueños, el silencio se te hace eterno y lo imaginas como a los grillos que no te dejan dormir, tu silencio es igual y rompes a llorar, regresas a tu departamento con el refrigerador vacío y el concierto de algún grillo que te aturde. 

Emilia tiene los ojos secos dice la gente. La verdad yo la veo igual desde hace cinco años, su rostro moreno brilla de luz donde se pare. Hace meses que no sale conmigo, dice que tiene sueño. La verdad hace meses también que le hago gran parte de su trabajo, lo cierto es que algo le preocupa, no me atrevo a preguntarle porque ella siempre me platica todo pero esta vez se trae algo turbio, seguramente tiene que ver con la muerte de su abuelo. A la mejor le dejaron una herencia. No, me lo habría contado, seguramente es al contrario: le están pidiendo el departamento, eso es, cuando llegue le voy a ofrecer mi casa y asunto solucionado, volverá a ser la de antes y no tendré que ir solo a ningún lado.

Edgar te ha invitado a su casa. No sabes si aceptar. La verdad es que no quisieras dejar tus cosas abandonadas. Además te preocupa la gente. Qué van a decir de ti, de que vivas con un hombre, todavía tienes la ilusión de casarte de blanco, todavía crees en el amor. Por un momento dudas, pero la insistencia del canto de los grillos a pesar del insecticida, te hacen decidirte. Empacas en una pequeña mochila. Sólo será por unos días, te dices, y sales apresurada sintiendo como se alejan los grillos, su rumor.

En el auto, pones algo de música a todo volumen y te sientes libre; tan libre que te sueltas la ridícula cola de caballo que desde hace meses te acompaña. Decides ir a comprar algo para cenar y no llegar a casa de Edgar con las manos vacías. En el fondo tratas de retrasar tu arribo, te sientes turbada, vas a la casa de Edgar como si fueras a una cita amorosa. Eliges un pan de centeno y queso. Sales de la tienda no sin antes mirarte en el espejo y reconocerte bella.

Edgar te está esperando. Te ha cedido su habitación y ha mudado algunas de sus cosas al estudio. Te invita un café y por no caer mal aceptas. Sabes que quizá te haga daño y no puedas dormir, pero lo bebes despacio. Escuchas la voz de Edgar sin entender nada, no dejas de mirar sus labios, tienes ganas de que esos labios te besen. Sabes que él jamás lo hará. Te descubres queriendo estar en sus brazos te ruborizas y él te pregunta que si te sientes mal. Dices que es el café y tienes sueño. Se despiden, cuando giras hacia tu cuarto mueves las caderas, imaginas que te ve, que irá tras de ti, y sí, él te ve pero como desde hace años, se reprime.

En cuanto llegas al cuarto de Edgar te sientes observada. Te desnudas y cubres tu cuerpo con un camisón ligero. Hace frío, y no tardas en estar bajo las cobijas que huelen a Edgar. Su aroma y el silencio te envuelven. Abres un libro que está en el buró. Se va la luz, tienes miedo. Edgar llega con una lámpara de gas butano. Te abraza cuando te ve temblando, en menos de lo que piensas caes en un sueño profundo. Te despiertan un poco sus besos. No puedes moverte del todo pero te sientes bien. Piensas que estás tan lenta en tus movimientos a causa de tantos meses sin dormir. Estás feliz porque ahora Edgar te tiene entre sus brazos, aunque también han dejado de moverse. Sus labios siguen en tu boca. Te besan cada vez más despacio. Tienes ganas de acariciarlo pero no puedes moverte Te molesta un poco su peso e intentas deslizar su cuerpo, imposible, has dejado de sentir la pierna izquierda Piensas que es parte del sueño, ves el reloj, son las seis e intentas ponerte en pie para un nuevo día. Se te cierran los ojos. Tratas de hablar y de tu boca no salen palabras. Te das cuenta de que no emites ningún ruido. Escuchas a Edgar decir que te ama. Quieres decirle que también pero no puedes. Una especie de nudo en la garganta te ahoga. Sientes que te asfixias y por más que quieres respirar el nudo te oprime, se hace más intenso, te sofoca. Escuchas un grillo, dos, un concierto de grillos invade la habitación. No te molestas. Te sorprendes como el ruido se hace rumor y desaparece. Miras el reloj al momento en que descubres que no era un grillo si no el timbre. Son las siete, hora de salir al trabajo y tú sin poder moverte.

Dos extraños entran a la habitación. Te entra pudor al saberte desnuda y no puedes hacer nada por evitarlo. Hombres van hacia a ustedes, los separan. Uno de bata blanca se acerca a tus labios, intenta darte aire, tratas de moverte y no puedes. Escuchas tu nombre, es Edgar.

Los hombres fueron cayendo lentamente junto a ustedes, no te diste cuenta en que momento ya estaban a tus pies y otra vez los grillos. Cuando llegaron más rescatistas y los sacaron en camillas escuchaste tu nombre: Emilia.

Te ves rodeada de los hombres de blanco, te cierran los ojos y te cubren. Observas a Edgar que lucha por la vida, escuchas como dice tu nombre. Te culpas de todo. Te desespera saber que él tampoco puede moverse, que has muerto, que fue tu miedo a la oscuridad lo que hizo que el prendiera esa lámpara, lámpara vieja, lámpara de muerte.
Emilia es lo último que dicen los labios de Edgar.





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