Y si despierto
Te
despiertan los grillos. Una noche más dando vueltas por la cama. Decides dejar
las cobijas, comer algo. Vas al refrigerador para darte cuenta de que hace días
no pasas por el mercado y que nada de lo que hay se te antoja. Eliges tomar
agua. Regresas a la habitación, vas directo al espejo para constatar las ojeras
de meses.
Son las tres
de la mañana y los grillos no callan, enciendes la luz, quizá un poco de
lectura te relaje. El repiqueteo constante de los grillos no te permite
concentrarte, buscas por todo el departamento el insecticida, son las cuatro y
los grillos han callado, intentas dormir un poco, mejor dormir que dispersar
ese olor a mata bichos por todas los rincones, te acurrucas, estás a punto de
dormir cuando empieza el ajetreo de los camiones, un claxon, un chirriar de
llantas, te enderezas, vas por un poco de papel de baño y te haces unas
orejeras, ahora sí, te dices, nada será capaz de despertarme. Regresas a tus
cobijas bostezando, miras el reloj, las cinco, en una hora tendrás que empezar
tu día. Decides retrasar el despertador hasta las siete, te recuestas, el
teléfono timbra insistente, con fuerza, estiras el brazo hasta llegar a la
bocina, contestas adormilada, un poco mareada y con los ojos pesadísimos, ten
llaman porque es la hora de tu clase, les dices que estás cansada, que no vas a
ir, que te deje en paz, que se ven más tarde y cuelgas como si ellos fueran los
culpables de los grillos. Cierras los ojos y te sientes culpable. Imposible
volver a dormir, los grillos han empezado su concierto.
Sales de
casa, caminas como entre sueños, el silencio se te hace eterno y lo imaginas
como a los grillos que no te dejan dormir, tu silencio es igual y rompes a
llorar, regresas a tu departamento con el refrigerador vacío y el concierto de
algún grillo que te aturde.
Emilia tiene
los ojos secos dice la gente. La verdad yo la veo igual desde hace cinco años,
su rostro moreno brilla de luz donde se pare. Hace meses que no sale conmigo,
dice que tiene sueño. La verdad hace meses también que le hago gran parte de su
trabajo, lo cierto es que algo le preocupa, no me atrevo a preguntarle porque
ella siempre me platica todo pero esta vez se trae algo turbio, seguramente
tiene que ver con la muerte de su abuelo. A la mejor le dejaron una herencia.
No, me lo habría contado, seguramente es al contrario: le están pidiendo el
departamento, eso es, cuando llegue le voy a ofrecer mi casa y asunto
solucionado, volverá a ser la de antes y no tendré que ir solo a ningún lado.
Edgar te ha
invitado a su casa. No sabes si aceptar. La verdad es que no quisieras dejar
tus cosas abandonadas. Además te preocupa la gente. Qué van a decir de ti, de
que vivas con un hombre, todavía tienes la ilusión de casarte de blanco,
todavía crees en el amor. Por un momento dudas, pero la insistencia del canto
de los grillos a pesar del insecticida, te hacen decidirte. Empacas en una
pequeña mochila. Sólo será por unos días, te dices, y sales apresurada
sintiendo como se alejan los grillos, su rumor.
En el auto,
pones algo de música a todo volumen y te sientes libre; tan libre que te
sueltas la ridícula cola de caballo que desde hace meses te acompaña. Decides
ir a comprar algo para cenar y no llegar a casa de Edgar con las manos vacías.
En el fondo tratas de retrasar tu arribo, te sientes turbada, vas a la casa de
Edgar como si fueras a una cita amorosa. Eliges un pan de centeno y queso.
Sales de la tienda no sin antes mirarte en el espejo y reconocerte bella.
Edgar te está
esperando. Te ha cedido su habitación y ha mudado algunas de sus cosas al
estudio. Te invita un café y por no caer mal aceptas. Sabes que quizá te haga
daño y no puedas dormir, pero lo bebes despacio. Escuchas la voz de Edgar sin
entender nada, no dejas de mirar sus labios, tienes ganas de que esos labios te
besen. Sabes que él jamás lo hará. Te descubres queriendo estar en sus brazos
te ruborizas y él te pregunta que si te sientes mal. Dices que es el café y
tienes sueño. Se despiden, cuando giras hacia tu cuarto mueves las caderas,
imaginas que te ve, que irá tras de ti, y sí, él te ve pero como desde hace
años, se reprime.
En cuanto
llegas al cuarto de Edgar te sientes observada. Te desnudas y cubres tu cuerpo
con un camisón ligero. Hace frío, y no tardas en estar bajo las cobijas que
huelen a Edgar. Su aroma y el silencio te envuelven. Abres un libro que está en
el buró. Se va la luz, tienes miedo. Edgar llega con una lámpara de gas butano.
Te abraza cuando te ve temblando, en menos de lo que piensas caes en un sueño
profundo. Te despiertan un poco sus besos. No puedes moverte del todo pero te
sientes bien. Piensas que estás tan lenta en tus movimientos a causa de tantos
meses sin dormir. Estás feliz porque ahora Edgar te tiene entre sus brazos,
aunque también han dejado de moverse. Sus labios siguen en tu boca. Te besan
cada vez más despacio. Tienes ganas de acariciarlo pero no puedes moverte Te
molesta un poco su peso e intentas deslizar su cuerpo, imposible, has dejado de
sentir la pierna izquierda Piensas que es parte del sueño, ves el reloj, son
las seis e intentas ponerte en pie para un nuevo día. Se te cierran los ojos.
Tratas de hablar y de tu boca no salen palabras. Te das cuenta de que no emites
ningún ruido. Escuchas a Edgar decir que te ama. Quieres decirle que también
pero no puedes. Una especie de nudo en la garganta te ahoga. Sientes que te
asfixias y por más que quieres respirar el nudo te oprime, se hace más intenso,
te sofoca. Escuchas un grillo, dos, un concierto de grillos invade la
habitación. No te molestas. Te sorprendes como el ruido se hace rumor y
desaparece. Miras el reloj al momento en que descubres que no era un grillo si
no el timbre. Son las siete, hora de salir al trabajo y tú sin poder moverte.
Dos extraños
entran a la habitación. Te entra pudor al saberte desnuda y no puedes hacer
nada por evitarlo. Hombres van hacia a ustedes, los separan. Uno de bata blanca
se acerca a tus labios, intenta darte aire, tratas de moverte y no puedes.
Escuchas tu nombre, es Edgar.
Los hombres fueron
cayendo lentamente junto a ustedes, no te diste cuenta en que momento ya estaban
a tus pies y otra vez los grillos. Cuando llegaron más rescatistas y los
sacaron en camillas escuchaste tu nombre: Emilia.
Te ves
rodeada de los hombres de blanco, te cierran los ojos y te cubren. Observas a
Edgar que lucha por la vida, escuchas como dice tu nombre. Te culpas de todo. Te
desespera saber que él tampoco puede moverse, que has muerto, que fue tu miedo
a la oscuridad lo que hizo que el prendiera esa lámpara, lámpara vieja, lámpara
de muerte.
Emilia es lo
último que dicen los labios de Edgar.
Felicidades
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